La muerte de Jorge Arvizu

POR: ÁLVARO CUEVA

BjEjrYPCcAEd269Yo no sé si usted se haya dado cuenta de lo que pasó ayer, pero fue espantoso: murió Jorge Arvizu, El Tata, uno de los actores más queridos del firmamento mexicano.

Y lo digo así, uno de los actores más queridos del firmamento mexicano, porque el señor era eso, un actor.

No estoy de acuerdo con esa idea absurda que pretende dividir a los actores en actores presenciales y actores de doblaje, en actores de cine y actores de teatro, en actores de series y actores de telenovelas.

Un actor es un actor. Punto. Y en un contexto como el mexicano donde hay que hacer 18 mil cosas para medio ganar lo necesario, más.

Tan bueno y tan importante es un actor presencial como un actor de doblaje, como tan bueno y tan importante es un actor de cine como uno de teatro, como uno de series y como uno de telenovelas.

Por andar jugando a las divisiones, los empresarios de este país hacen lo que quieren y tienen a muchos de nuestros más grandes talentos ganando una miseria, especialmente a los de doblaje. ¡No se vale!

Porque, además, nuestros actores de doblaje mexicano son espléndidos, los más profesionales, los más entregados, los que manejan las técnicas más sofisticadas, un motivo de orgullo nacional.

Sí es un horror lo que está pasando y que la muerte del Tata, en lugar de servir para que se haga una larga reflexión sobre lo que está sucediendo en esa industria, solo sirva para reforzar discriminaciones, estereotipos y tarugadas.

Jorge Arvizu era una figura muy especial en el espectáculo de este país porque él, a diferencia de otros, era profundamente inteligente, estaba muy comprometido con la sociedad en términos políticos y, al igual que la mayoría de sus compañeros, sufrió lo indecible.

¿Por qué? Porque le tocó la decadencia de una industria que pasó de una espléndida época de oro donde los actores ganaban bien, tenían reconocimiento y podían ser creativos a una plataforma muy rara, mal pagada, anónima y acartonada.

Y esto aplica lo mismo para el doblaje que para la producción de programas cómicos, que para ciertos espectáculos en los que él participaba.

Por lo mismo, no era fácil hablar con don Jorge. Entre que él se escondía, entre que solo se prestaba para hablar de lo que quería y entre que ponía condiciones que no cualquier medio podía aceptar, no había manera de estrechar lazos, pero su talento era indiscutible.

¿Por qué? Porque dominaba algo que iba más allá de lo que se enseña en las escuelas, dominaba el espíritu popular mexicano.

Jorge Arvizu sabía contactar con el pueblo, tejía puentes entre el público y los personajes que se encuentran en las calles, en los barrios y las escuelas.

El Tata era un experto en detectar y catapultar modismos, acentos, se atrevió a hacer cosas que nunca antes alguien había hecho en la pantalla como poner a un gato a hablar como yucateco o transformar el lenguaje de Los Picapiedra en una experiencia más mexicana que cavernícola.

Estamos ante un genio, pero ante un genio desconocido. Le voy a contar algo muy penoso: mi generación nació y creció con el trabajo de Jorge Arvizu pero jamás vio su rostro hasta que comenzó a salir, en participaciones muy secundarias, en los programas cómicos de la Televisa de los años 80.

Ahí conocimos a un señor, que la hacía de viejito, y que repetía insistentemente que quería su cocol (un pan de dulce que yo no sabía qué era porque no existía en mi tierra).

Hasta que no empezamos a ver programas especiales, no nos enteramos de que el creador de ese personaje llamado El Tata era la voz de decenas y decenas de personajes de caricaturas, películas y series importadas que habíamos amado desde siempre.

Ni le doy la lista ni le comparto las anécdotas porque todo el mundo las ha estado publicando, pero sí le tenía que contar esto porque hay algo que le quiero preguntar:

¿Cuántos otros genios anónimos tenemos en el mundo del espectáculo a los que no ubicamos por su rostro? ¿Cuántos otros genios no andan por ahí esperando su reconocimiento y sus programas especiales?

Al menos don Jorge tuvo la oportunidad de que lo ubicáramos y de que las nuevas generaciones lo admiraran por ejercicios como el de la película de Don Gato y su pandilla, ¿pero y los demás?

Hagamos algo, con la muerte de El Tata no solo termina la vida de un actor inmenso, termina una época en la historia de muchas de nuestras más queridas manifestaciones artísticas como la industria del doblaje, las obras de teatro popular y los programas de comedia.

Con la muerte de Jorge Arvizu termina una de las épocas más hermosas de nuestra vida.

Nunca más volveremos a oír a Benito Bodoque, a Maxwell Smart, al Tío Lucas y a tantos y tantos personajes como los oímos con él. Nunca más volveremos a ver a El Tata pidiendo su cocol.

Descanse en paz Jorge Arvizu, El Tata. Lo vamos a extrañar. ¿A poco no?

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